Amar es soltar
Hay una película maravillosa, Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), algunas de cuyas escenas de amor no he olvidado jamás. Entre ellas, dos:
La primera, cuando el viejo proyeccionista, Alfredo, exorta al adolescente Totó, que es como un hijo, a que deje el pueblo en busca de su propia vida:
[En la estación de tren] "¡No regreses! No pienses en nosotros. No telefonees, no escribas. No te dejes engañar por la nostalgia. ¡Olvídate de todos! Si no resistes y vuelves, no quiero que me veas. No te dejaré entrar en mi casa. ¿Entendido? (...) Hagas lo que hagas, ¡ámalo! Como amabas la cabina del Paradiso cuando eras niño". [llora] Ver escena.
La segunda, cuando el ya exitoso Salvatore, que apenas visita a su madre, se disculpa ante ésta: "Mamá, te abandoné. Me escapé como un ladrón y jamás te dí una explicación". Y la madre responde con amor y estoica melancolía:
"Hijo, yo nunca te la pedí. No tienes que explicar nada. Siempre he pensado que lo que hacías estaba bien y basta. No hacía falta que habláramos. Hiciste bien al irte. Has conseguido lo que querías".
Siempre, siempre me emociono al recordar estas escenas... Por no hablar de la famosa escena final.
Porque hablan de amor-generosidad. De amor-renuncia. Incluso de amor heroico (de Alfredo, de la madre), quienes, deseando lo mejor para Salvatore, no le exigen nada, no se agarran egocéntricamente a él, sino que facilitan su vuelo hacia la libertad y el triunfo. Veo en ello la Gloria de la vida. El devenir natural de todos los seres vivos, que parten desde sus nidos hacia sus respectivos e ignorados destinos.
No es, evidentemente, que todos debamos llegar a estos extremos para ser amorosos con nuestros seres queridos. Cada caso es un mundo (y a veces soltarnos puede ser signo de indiferencia y no de amor). Pero Alfredo, Salvatore y la madre nos sugieren una muy hermosa concepción del amor. Yo mismo, como terapeuta, la he vivido a menudo. Por ejemplo, cuando, tras largo tiempo de relación, intimidad y esfuerzo, llega el instante de la despedida y digo también (como Alfredo) al paciente: "vete, vuela alto, no vuelvas por aquí". Y allá van ellos, libres y magníficos, remontándose como halcones salvajes hacia el bosque que jamás debió herirlos... Es la cima de la psicoterapia. De cualquier forma de amor. Y lo que queda es, tras un tiempo de duelo por ambas partes, la mutua e imborrable memoria.
Amar es soltar. Es promover el acceso de nuestros seres queridos a su propia independencia y autorrealización. Por eso es tan triste ver a millones de personas que se aferran, dominan y condicionan a sus hijos para que jamás abandonen los nidos; para que nunca puedan volar... No hay mayor horror que los polluelos devorados por las gallinas.