La psicoterapia laxante
Hace tiempo, en las puertas de algunos transportes públicos podía leerse: "DEJEN
SALIR". Es decir, dejen salir antes de entrar. Pura obviedad. Elemental sentido común... En ello se basa precisamente la buena psicoterapia.
Somos como vehículos abarrotados... de demonios. ¿Cómo crecerán brotes sanos en nuestro interior si, arrojando unos cuantos de esos diablos, no creamos un espacio libre donde tal crecimiento pueda suceder? Y por otro lado, ¿cuáles son los fantasmas más grandes, tozudos y nocivos que suelen llenarnos? Los relativos a la familia y acumulados desde la infancia, naturalmente. Por eso es crucial evacuarlos cuanto antes.
Si no vaciamos lo antiguo y tóxico, lo vivo y fresco no puede desarrollarse. Necesitamos disolver los trombos, los principales fecalomas emocionales que estriñen nuestro psiquismo para que éste vuelva a fluir. Para que nuestro corazón, recobrando sus ciclos de entrada y salida, pueda, p. ej., adquirir la capacidad de descubrir, disfrutar y mejorar su autoimagen, sus deseos, sus relaciones, sus actividades, sus proyectos...
Sólo así lograremos crecer. Y la buena psicoterapia nos ayuda a ello (1).
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1. Hay terapias que fuerzan aprendizajes nuevos en corazones
repletos de fantasmas viejos. Hay terapias que sólo añaden bálsamos al tumulto.
Otras ofrecen exorcismos y poco más.
Etcétera. A mi entender, la mejor psicoterapia es doble: no sólo debe ofrecernos la
posibilidad de eliminar nuestras peores toxinas, sino también nuevas vías para la ampliación de nuestra conciencia y libertad.
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